La Evolución de las Baterías en los Smartphones: ¿Retroceso o Cambio de Prioridades?

Hace veinte años, los teléfonos móviles no eran tan «inteligentes», pero sí lo eran sus baterías… o al menos eso parece desde la perspectiva de muchos usuarios actuales. Algunos recuerdan con nostalgia cómo bastaba con llevar una batería de repuesto —como una popular BL-5C— para seguir usando el teléfono sin preocuparse por la carga. De hecho, una batería podía durar cuatro o cinco días sin despeinarse, algo impensable en la mayoría de los smartphones de hoy.
Aquella practicidad se ha ido diluyendo con la evolución de los dispositivos móviles. Actualmente, los smartphones son herramientas multifunción que nos permiten hacer desde videollamadas hasta edición de video, pasando por navegación GPS, juegos exigentes y consumo de contenido en streaming. Todo esto tiene un precio: la batería.
Pero, ¿realmente hemos retrocedido? Muchos dirían que sí (yo incluso), al menos en términos de autonomía. No obstante, el panorama es más complejo. La duración de las baterías no solo depende de su capacidad, sino de cómo los fabricantes priorizan el diseño, el peso, el rendimiento y las estrategias comerciales.
El problema de la batería hoy

Una de las grandes quejas es que incluso con móviles de alta gama, lograr más de un día completo de uso intensivo sigue siendo una odisea. Se requieren cargadores rápidos, baterías externas y estrategias de ahorro de energía para estirar las horas de uso. Esto no solo cansa al usuario, también provoca un ciclo de consumo que genera más residuos: cuando la batería deja de rendir, muchas veces se cambia todo el teléfono, no solo la celda defectuosa.
Algunos comentarios resaltan que si la batería durara tres días desde el primer momento, mucha más gente se plantearía conservar su móvil durante cinco años. Esta lógica va más allá de la comodidad: reduciría considerablemente los residuos electrónicos y el gasto energético asociado a la fabricación y distribución de nuevos dispositivos.
Además, las empresas tecnológicas podrían enfocarse en desarrollar baterías más duraderas y eficientes, lo que no solo mejoraría la experiencia del usuario, sino que también contribuiría a la sostenibilidad ambiental. La innovación en este ámbito podría convertirse en un diferenciador clave en un mercado saturado de dispositivos similares. Asimismo, fomentar la reparación y el reemplazo de componentes específicos, en lugar de todo el dispositivo, podría alentar a los consumidores a mantener sus teléfonos por más tiempo.
Esto no solo reduciría el impacto ambiental, sino que también podría abrir nuevas oportunidades de negocio en el sector de reparación y mantenimiento. En definitiva, un enfoque más sostenible en la industria tecnológica no solo beneficiaría al medio ambiente, sino que también podría fortalecer la lealtad del cliente y mejorar la imagen de marca de las compañías que lideran este cambio.

¿Qué pasó con las baterías intercambiables?

Durante años, tener baterías intercambiables fue lo normal. Era fácil y barato reemplazarlas, incluso se podían comprar en tiendas no especializadas. Además, algunas de ellas servían en otros dispositivos como altavoces Bluetooth, algo que fomentaba la reutilización. Pero la industria dio un giro. Se priorizó el diseño compacto, la estanqueidad para la resistencia al agua y una experiencia más integrada, aunque sacrificando esa flexibilidad.
Apple, como mencionan algunos usuarios, podría haber sido una pieza clave en cambiar el rumbo si hubiese apostado por una mayor autonomía en lugar de centrarse tanto en la estética o el grosor del terminal. Aunque sus baterías son de buena calidad y su eficiencia energética está entre las mejores, sigue sin ofrecer esa diferencia notable que los consumidores anhelan.
¿Es viable un cambio? o hay que evolucionar hacia la «devaluación»
Algunas ideas compartidas en los comentarios son más que sensatas: usar la energía directamente cuando el teléfono está enchufado para evitar ciclos de carga innecesarios (lo que alargaría la vida útil de la batería), baterías que den 12 horas reales de uso intenso, y cargadores compactos con cargas de cinco minutos para seis horas de autonomía. Incluso se plantea una crítica directa al precio: ¿por qué no un teléfono que haga eso, pero sin triplicar su valor?
Lo cierto es que la tecnología ya permite muchas de estas cosas, pero las decisiones empresariales pesan. Una batería más grande ocupa espacio y añade peso. Y si el usuario puede conservar el móvil por más tiempo, también disminuyen las ventas.
Los smartphones han evolucionado, pero no siempre en la dirección que más valoran los usuarios. La nostalgia por los teléfonos de hace 20 años no es solo sentimental: es un grito por más autonomía, más reparabilidad y menos obsolescencia. Tal vez sea hora de que la industria escuche más a sus usuarios y menos a las modas de diseño. Porque, como se dijo en un comentario, si hace dos décadas podíamos cambiar de batería y seguir con nuestra vida, ¿por qué no ahora?